Buenos Aires, 19 de julio. El escritor y humorista Roberto Fontanarrosa, una de las figuras más queridas a escala popular en el país, murió hoy a los 62 años en Rosario, ciudad donde nació y a la que amó profundamente.
La noticia sorprendió, aunque se sabía que estaba inmovilizado por la enfermedad –una esclerosis lateral amiotrófica– que le fue quitando movilidad desde 2003, hasta que él mismo anunció este año que debía dejar de dibujar. Entonces ocurrió el “milagro” de la solidaridad, como él lo llamó, cuando varios dibujantes amigos, todos muy conocidos, continuaron haciendo sus trazos mientras él construía verbalmente las historietas.
Esa fue una gran historia de amor hacia uno de los intelectuales más humildes y pródigo en sembrar sonrisas y alegrías a su alrededor. Rosario –la que fuera una enorme ciudad industrial, castigada durante la pasada dictadura y luego bajo la destrucción neoliberal que sembró de desocupados y pobres sus calles– no será la misma sin el Negro Fontanarrosa, decían hoy sus amigos.
El artista se juntaba en el mítico bar El Cairo, de Rosario, con esos amigos que creían que “no era morible”, aunque saben que será eterno como sus personajes: Inodoro Pereyra y Boogie, el Aceitoso, que recorrieron el mundo.
Nació en Rosario el 26 de noviembre de 1944 y se le conoció como uno de los hinchas más fanáticos del club de futbol Rosario Central. Era un apasionado de la literatura y también del humor gráfico. Por estos días en Buenos Aires se están poniendo en escena obras de teatro basadas en algunos de sus cuentos que, como sus personajes, comenzaron a volar también fuera de la patria chica en que nacieron.
Colaboró en distintos medios en Argentina, México, Colombia y otros países. Será difícil abrir los domingos la revista de Clarín, donde todos buscaban esas páginas finales para ver una vez más a don Inodoro Pereyra y su infaltable compañero Mendieta, el perro que habla, en esos diálogos hilarantes que cambiaban el humor de todos.
Inodoro fue llevado con éxito al teatro en Buenos Aires. Fontanarrosa recibió varios premios y homenajes por su obra y un gran reconocimiento de la crítica. El 26 de abril de 2006 le fue entregada la mención de honor Domingo Faustino Sarmiento en el Senado.
Nunca aceptó la formalidad y su encantadora irreverencia fue visible cuando hizo reír a los intelectuales que asistieron al Congreso de la Lengua, efectuado en 2004 en Rosario, donde dio cátedra para “desagraviar” a las “malas palabras”.
“¿Por qué son malas palabras? ¿Le pegan a las otras? ¿Son de mala calidad, y cuando uno las pronuncia, se deterioran?”, fueron algunas frases que se convirtieron en una especie de antología de la irreverencia.
“Yo sólo quiero hacer reír”, fue una de sus frases de los tiempos finales.
http://www.jornada.unam.mx/2007/07/20/index.php?section=cultura&article=a07n1cul
viernes, 20 de julio de 2007
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